Archive for enero 2009

enero 28, 2009

Sufro de «gusto daltónico».

Confundo el sabor de los Ravioli al pesto, el del pescado (sólo de roca), el de las hamburguesas de pollo y el de las manzanas asadas. Los mezclo, aunque no sé muy bien si lo que confundo son los sabores o las comidas. He ido al médico y me ha dicho que todo es producto de mi inmensa imaginación, que no existen ni las comidas ni el gusto por ellas, creo que él está peor que yo. Cuando un psicólogo necesita un psicólogo…¿acude a uno o se diagnostica frente al espejo?.
Y yo…¿Qué hago con mi problema?, ¿dejo de comer o cambio de psicólogo?

«Este problema también me ocurre en otros campos,
pero eso mejor lo dejaré para otro día»

enero 26, 2009

Existen días hechos para no existir, momentos para no ser vividos, recuerdos para no guardar. El tiempo es siempre juez y parte de todas las sentencias, no absuelve ni castiga, no indulta ni encierra. Simplemente deja que lo que debe cerrarse se cierre y lo que debe pesar sobre las conciencias pese. Durante muchos años he jugado a indios y vaqueros sin saber muy bien cual era mi papel y desconociendo cuál de los dos era el bueno. He vaciado un cargador entero de una sola palabra y he curado heridas con sólo posar mi mano. He sido vencedor y vencido en muchas ocasiones y siempre decidía volver a intentarlo. Pocas veces entró en escena la pipa de la paz y muchas veces maté sin querer. No merezco la estrella de sheriff, ni la diadema de plumas…reconozco no haber sido hombre de palabra y muchas veces dejar los límites atrás. He arrasado pueblos enteros, agotado existencias y vendido maldad a cambio de buenas palabras. He perdido cordura, culpabilidad, conciencia y orgullo. Me he hecho fuerte e inseguro, valiente y escueto, sensible y cruel, he sido todo y nada al mismo tiempo. He visto pasar los años sin encontrar la recompensa. No obtuve venganza ni consuelo, pero fui feliz, y si jugar a indios y vaqueros fuera maduro, responsable y me prometieran que jamás nadie saldría herido, insertaría ahora mismo la única moneda y el poco juicio que me queda en los bolsillos.

«Esta guerra fría me está dejando los pies helados«

enero 22, 2009


Se acerca, para mí, la noche más esperada del año, la noche en la que me mantengo despierta hasta el amanecer teniendo siempre a mano algún tipo de comida basura para disfrutar aun más de las cuatro intensas horas que dura la ceremonia de los Oscars. Desde el momento en que conectan con la alfombra roja hasta la proclamación de la mejor película estoy pegada a la tele, omnubilada con la puesta en escena, los vestidos, los actores y los chistes «improvisados» que siempre van asociados a la política y sociedad norteamericana. Cuando era pequeña recuerdo que mis deseos se veían frustrados por aquella frase maldita que mi madre me repetía año tras año: «Begoña, tú no puedes verlo, mañana tienes clase». Pero desde que dejé el nido nunca me he perdido ni una sola ceremonia, esté donde esté. En mis años de colegio mayor, era mucho más divertido porque compartía la emoción con mucha más gente, y aunque cerca de las cuatro de la mañana muchas de ellas abandonaban el barco, las más fanáticas continuabamos al pie del cañón. Nos encantaba hacer quinielas, quién sera la mejor vestida, la peor, la mejor película o el mejor actor. Recuerdo perfectamente lo que sentí cuando en el 2004 «El Señor de los anillos» ganó por goleada. Cada vez que se llevaba un Oscar, para mí era como si la selección española metiera un gol en la final de la eurocopa en el último minuto. También recuerdo como Antonio Banderas acompañado de la guitarra de Santana destrozaba por completo la canción de Jorge Drexler para «Diarios de motocicleta». Menos mal que el premio ya estaba asignado para él porque si no otro oscar hubiera cantado. Aunque siento admiración por estos galardones y por los actores que a día de hoy loS reciben, el verdadero placer hubiera sido poder disfrutar de aquellos años en los que Hollywood era el mundo y el resto sólo algo para rellenar.

enero 9, 2009


Hoy he sentido lo mismo que siente un niño cuando ve el mar por primera vez, esa alegría que producen aquellas cosas que se observan de cerca cuando normalmente sólo se ven a través de una pantalla. Abrir la ventana y ver que todo está blanco y que la nieve no da tregua ha sido toda una sorpresa. Madrid se ha convertido en un mural digno de captar por cualquier retina. Los parques, los mumentos, las calles se han hecho protagonistas de excepción, aquellos lugares por los que pasamos una y otra vez sin apenas levantar los ojos del asfalto se observaban como si fuera territorio virgen. Y es que la nieve consigue sacar esa parte infantil que todos llevamos dentro y que pocas veces llega a ver la luz. Lo mejor sin duda ha sido descubrir que la mejor manera de ver la nieve no es a través de una ventana sino saliendo a la calle y dejándo que te cubra por completo mientras aprecias de nuevo esa ciudad que una vez, hace ya mucho tiempo, te dejo sin habla.